Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano
Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de
barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas
que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes
como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas
carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el
dedo.
(Gabriel García Márquez 6 de marzo de 1927-17 de abril de 2014)
(Gabriel García Márquez 6 de marzo de 1927-17 de abril de 2014)
Macondo entero está desolado.
Mi llanto se une al de ellos.
Todo lo que he aprendido,
todo lo que he leído,
se lo debo en gran parte.
Tantos años de soledad
que llegaron a cien.
Y ahora lloro su pérdida,
mientras él está descansando,
descansando de nosotros.
Mi llanto se une al de ellos.
Todo lo que he aprendido,
todo lo que he leído,
se lo debo en gran parte.
Tantos años de soledad
que llegaron a cien.
Y ahora lloro su pérdida,
mientras él está descansando,
descansando de nosotros.