miércoles, 9 de noviembre de 2016

Pilar Blanco Díaz



Hay quienes justifican su existencia con perseguir un ideal, una ambición, una meta cruel, un destino insobornable.

Los que se entregan a una patria, al bien común o propio, al mal para los otros, al poder, a la farsa, a un desengaño. A Dios, al juego, al poderoso caballero don dinero.

Hay quienes se prodigan en fiestas y promociones, los que se venden, los que todo lo compran. Aquellos que anhelan y eso les quita el sueño. Los que se conforman con el pan duro de su día a día a ras de tierra.

Hay pusilánimes y temerarios. Gente de buen y mal pasar. Quienes han nacido para hacer daño, para hacer el indio, para hacer el bien. Para dejar grandes obras. Para dejar porquerías que ellos creen grandes obras. Para escuchar, para hacerse oír. Para devorar o para ser las víctimas necesarias que dan a los victimarios su razón y su látigo.

Hay cobardes que miden el mundo con la vara de su miedo. Aventureros que lo hacen con la de su tedio. Tantos siglos a rastras dan para mucho "hay". Para mucho "ay" también. Pues venimos al mundo por miles, por millones, cada cual con su pan o con su pena. Ninguno con la llave de la jaula.

Yo he venido al mundo para amar. Para ser amada. Y sin amor me importan una higa la poesía y el semejante, si el otoño mueve las hojas como alas aleves de leves abanicos, las obras completas de don Ramón María del Valle Inclán o las sotilezas iluminadas de santones y patriotas y padres padrones de la Cosa Suya.

Allá muevan feroz guerra ciegos poetas

por un palmo más de gloria.

Mi tierra es la que media entre su piel y la mía. Entre su alma y la mía.

Omnia vincit amor.

Pilar Blanco Díaz

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